DOMINANCIA PSICOSOCIAL

fragmento de mi libro SIGMA

Sufren los DOMINADOS

La dominancia psicosocial es la capacidad de influir sobre otros a través de la actitud, las palabras, el lenguaje corporal y las decisiones. No se trata de gritar ni de imponerse por la fuerza, sino de generar un impacto silencioso pero contundente en el entorno. Es un poder que no siempre se ve, pero siempre se siente. Es la manera en la que un hombre se sienta, responde, mira, y actúa. Y, sobre todo, es la manera en la que reacciona ante la adversidad. Quien no tiene dominancia psicosocial vive a merced del marco mental de otros, atrapado en narrativas ajenas, sometido a dinámicas donde nunca tiene la última palabra. Ha cedido el control. Y cuando uno cede el control, inevitablemente se convierte en recurso para otros. Muchos piensan que lo importante es el dinero, la belleza o el reconocimiento público. Pero la verdad es que todos esos elementos son, en el fondo, manifestaciones indirectas de poder. Lo que las personas realmente respetan no es el dinero como tal, sino la capacidad de un hombre para dominar su medio y sobresalir en él. Y eso se percibe, incluso cuando aún no ha alcanzado grandes resultados. La presencia siempre precede a la conquista. Es fácil notar cuando alguien está en control, aunque no diga una sola palabra. Se mueve con intención, reacciona con calma, incomoda con su seguridad, y rara vez necesita justificar nada. Esa presencia genera un cambio en la forma en la que los demás lo tratan. Lo siguen, lo imitan, lo respetan, lo temen o lo desean, pero nunca lo ignoran. En cambio, el que no proyecta poder es fácilmente desplazado. Puede tener talento, inteligencia o hasta recursos, pero sin autoridad interna, será usado. En el plano social esto es aún más evidente. Los hombres que imponen sus condiciones no siempre son los más exitosos en lo económico ni en lo estético, pero logran algo más valioso: controlan el marco. La conversación gira en torno a ellos. El ritmo lo marcan ellos. La opinión de los demás se adapta a la suya. Y no lo hacen desde la agresividad, sino desde la inevitabilidad. En cambio, quienes viven explicándose, quejándose o buscando aprobación, terminan siendo percibidos como inferiores, aunque no lo sean en términos objetivos. El nerd que sabe mucho, pero titubea al hablar, el tipo con dinero que no puede sostener una mirada, el hombre que se pone nervioso si lo interrumpen, todos ellos revelan lo mismo: falta de dominio. Hay hombres pobres que intimidan sin esfuerzo y ricos que no pueden ni alzar la voz sin pedir permiso. El entorno siempre responde a lo que proyectas, no a lo que tienes. La dominancia psicosocial no es un privilegio, es una necesidad evolutiva. En tiempos de tribus, el que dominaba su entorno garantizaba alimento, protección y descendencia. Hoy, aunque el contexto haya cambiado, la lógica sigue intacta. Aquellos que logran influir en los demás acceden a más oportunidades, más alianzas, más respeto y más placer. Y sí, también más atracción. No porque estén esforzándose en gustar, sino porque emiten señales profundas de poder y seguridad que los demás leen, aunque no lo entiendan conscientemente. Por eso, el trabajo de cualquier hombre que busque crecer no comienza por mejorar su aspecto ni por aprender frases inteligentes. Comienza por cortar la raíz de su debilidad más silenciosa: la queja. Quejarse es declarar derrota. Quejarse es decirle al mundo que no se tiene control. Quejarse, incluso en silencio, es aceptar una narrativa de impotencia. Todo empieza por erradicar ese hábito. No es una cuestión de autoestima. Es una cuestión de supervivencia. A partir de ahí, se construye: se diseña una estrategia, se define un marco propio, se actúa con consistencia, se aprende a responder con humor, con firmeza, con elegancia o con amenaza, según lo que demande el momento. Se aprende a hablar menos y a observar más, a impactar con gestos, con decisiones, con presencia. Y entonces, poco a poco, cambia el trato que se recibe. Ya no hay bromas ofensivas, interrupciones constantes ni explicaciones forzadas. Los hombres empiezan a seguir tu ritmo. Las personas giran a tu alrededor en lugar de ignorarte. Todo eso es dominancia psicosocial. No es una técnica. No es un papel. Es una identidad construida. Y una vez que se activa, no se puede ocultar. La presencia habla antes que tú. Y recuerda esto: si alguna vez te has sentido triste, desanimado o humillado es porque te tenían dominado.

Este fue un fragmento de mi libro SIGMA: MENTALIDAD PARA UN MUNDO CAÓTICO

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un abrazo

tu hermano mayor

Iván Barca